El viaje del diputado

Todos los vecinos de la villa caldense, de todas las ideologías, estaban con Bernardo Sagasta. Liberales, republicanos, y monárquicos, de finales del siglo XIX y principios del XX, hacían “bloque” para defender el acta de D. Bernardo en el Congreso.

No obstante la estima general que se tenía en Caldas por Bernardo Sagasta, de cuando en cuando era objeto de duras censuras en el semanario republicano caldense “La Democracia”, en el que se llegó a afirmar “… El único ¡el único! culpable y responsable de los males presentes y futuros que por la mala administración del Ayuntamiento amenazan nuestra tranquilidad es el Diputado a Cortes, Excelentísimo Sr. Don Bernardo Sagasta … es el que con su influencia mantiene el estado de cosas, aun sabiendo que la conducta de la corporación municipal es nociva a los intereses de sus electores, los vecinos de Caldas … es a quien por conveniencia de todos y por el porvenir de nuestros hijos debemos relevar en la representación de este distrito en Cortes”.

Bernardo Sagasta en el Parque-Jardín caldense

Un artículo publicado en el verano de 1908 con título “El viaje del Diputado”, en el que no se escatima ironía y crítica en sus referencias a los rivales políticos locales, demuestra no solo que las relaciones entre el diputado y los redactores de La Democracia, encabezados por Adolfo Mosquera Castro, no pasaban por su mejor momento en esas fechas, sino que había un notable distanciamiento.

Se escribía en el semanario:

“El martes, catorce de julio de 1908, D. Bernardo M. Sagasta, arrepentido sin duda de haber pasado el día anterior por la estación de Portas sin asomarse siquiera a la ventanilla, decidió sorprender a su entrañable amigo D. Laureano con una visita que de antemano anunció.

Algo reacio anda el Diputado en venir a esta villa desde su unión solidaria con “El Cesteiro” (apodo con que se le denominaba en La Democracia a Laureano Salgado por su parecido físico con un paisano de la comarca que se dedicaba a la elaboración de cestos). … Tenemos por entendido que por muy contento se daría con no venir a Caldas si el Caín de casa no le dijera .- Bernardo, es preciso ir al toro.

Ausente el Cacique se encargó al secretario del Ayuntamiento, Jesús Salgado, de organizar el recibimiento y así salió ello. Avisó coches, enganchó caballos, reclutó lavacuncas, hizo vestir de gala a la Guardia Municipal, mandó recado a la Banda de Música que se negó a tocar hasta que él, el menor de los Salgados, garantizó personalmente el pronto pago de las cincuenta pesetas que cuesta la música diputadil, y en honor a la verdad hemos de consignar que por esta vez no hubo verde para obsequiar al Diputado, pues no se preparó nada de follaje, con mirtos y laureles, faltando con esto D. Jesús a sus tradiciones, pues ya sabemos que para arreglar una iglesia o adornar un arco no hay nadie con tanta aptitud en Caldas.

Todo preparado y vestidos los “lavacuncas” con el fondo de baúl, se encaminaron a la estación de Portas a esperar el tren de las 16,29 que, efectivamente, llegó, registraron afanosos todos los coches, desde el reservado de señoras hasta el furgón y … el Diputado no aparecía. Cariacontecidos se preparaban a regresar cuando un aviso les enteró de que D. Bernardo había perdido el tren y hacía el viaje en coche.

Tomaron presurosos los carruajes y se dirigieron por la carretera de Pontevedra, en donde, a poco, lo encontraron. Hubo los correspondientes saludos, notó con pena la falta de sus antiguos amigos, los viejos, los verdaderos, los que desinteresadamente le querían y aclamaban y se puso en marcha la comitiva.

Apenas habían empezado a andar les salió al encuentro el renombrado Brasileiro (Luis C. Torres Serantes, comerciante), que con su barca-tartana, arrastrada por un tronco nada veloz, les obstruyó el paso obligando a todos a oír una salutación “trilengüe” (¿en brasileño, gallego y castellano?).

Venía D. Bernardo, diputado liberal, en un coche acompañado, no obstante ser a la tarde, de D. José Salgado, viejo liberal, que por ausencia de Laureano recobró momentáneamente la primogenitura; del señor Navia, Alcalde accidental, y de D. Emilio Riveira, cura párroco de Santo Tomás.

Al llegar al pueblo fue obsequiado por la banda, no con “Himnos de Riego” y “Trágalas”, como antaño (alusión a los vaivenes ideológicos de los adversarios políticos), sino con una mazurca y una muiñeira, entretanto que el atronar de las bombas anunciaban a todos que venía D. Bernardo, trayendo, no los cuartos para que el Municipio pague a Médicos, Farmacéuticos, Asilo, empleados, guardias municipales, Cura de la misa de doce, etc., etc., ni la rebaja del cupo de Consumos, ni del exorbitante recargo de las cédulas puesto por el Ayuntamiento, ni la liberación de los ominosos arbitrios municipales, ni ninguna obra de importancia para el país, trae tan solo una casulla que obtuvo de la Junta de Sras. de Santa Rita de Madrid para regalar a la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de esta villa.

Por lo visto trata de conquistar las simpatías de las mujeres ya que perdió la amistad y confianza de los hombres.

El día quince el diputado recorrió la villa visitando sus propiedades en unión de El Cesteiro, Platón (el cura Benito Seijo), Vaca-Hembra (quizá referencia despectiva al veterinario) y más gente de igual pelo.

El jueves por la tarde -finaliza el artículo- salió el diputado para Pontevedra y Madrid”.

La monopolización del poder local y la gestión municipal por parte de los Salgado nunca fue desautorizada por Bernardo Sagasta, lo que provocaba celos y que se sintieran marginados los republicanos. El Sr. Sagasta, decían, no movía una paja en el suelo de su distrito sin que D. Laureano lo autorizase, lo cual irritaba enormemente a D. Adolfo Mosquera y cía. sin que, pese a ello y lo manifestado en las columnas del semanario, le negaran su apoyo en orden a la obtención de la credencial de diputado a Cortes en Madrid.

Los caldenses celebrando en la Carballeira un triunfo electoral de Bernardo Sagasta -1919-