Las batallas de las Galanas y Ponte Sampaio narradas a Murguía por un viejo militar residente en Caldas

En los años 60 y 70 del siglo XIX, el matrimonio, formado por el destacado historiador Manuel Murguía y la insigne Rosalía, fue con frecuencia a tomar las saludables aguas de Caldas de Reis, que tan bien sentaban a la ilustre poetisa.

Entre Murguía y el Coronel jubilado, Jacobo Suazo, surgió un especial aprecio, fruto de las conversaciones habidas entre ambos, con ocasión de las estancias del historiador y su esposa en la villa. D. Jacobo era natural de Santiago de Compostela, donde tenía la residencia su familia, pero una vez retirado de la vida militar y habiendo tenido, en su ciudad natal, muchos inconvenientes por su ideología liberal, halló paz y sosiego domiciliándose en Caldas.

A la buena amistad con el Sr. Suazo, debió el historiador una importante nota que el militar redactó y el conocimiento de los diversos episodios bélicos en que intervino, hallándose tan distinguido militar en los últimos años de su vida, repleta de heroicos recuerdos, pues fue uno de los que al iniciarse la Guerra de la Independencia se hallaba formando parte de la oficialidad del ejército que participó de las penalidades de la campaña contra el invasor francés.

Entre los sucesos de guerra, que el veterano militar refirió a D. Manuel, dos de ellos, que entran enteramente en la historia de Galicia, los contó con verdadero calor e importantes detalles. Se trata de los concernientes al encuentro con las fuerzas enemigas en la batalla, denominada de las Galanas, cerca de Santiago, y los acaecidos en la defensa de Ponte Sampaio. Sobre la primera de las confrontaciones el historiador, no fiándose de su memoria, le rogó, que además de la información verbal, consignase por escrito cuanto del asunto recordase, a lo que accedió el viejo soldado, cuando ya ni el pulso le permitía hacerlo con facilidad, redactando una breve nota con gran exactitud y sin olvidar detalle, a la que encabezó de la siguiente forma:

Organización de la División del Miño en 1809 y batalla que el 24 de mayo sostuvo contra la brillante División francesa que ocupaba la ciudad de Santiago, arrojándolo de ella y apoderándose de plata de la Catedral que tenían empaquetada en la Inquisición para mandar a Madrid”.

En un edificio de la Inquisición reunieron los franceses toda la plata arramplada en la Catedral, preparada para enviarla a Madrid

Murguía no quiso privar a los estudiosos del conocimiento completo de la nota escrita, por lo cual la entregó al archivo de la Real Academia Galega para que se conservase como un grato y merecido recuerdo de su buen amigo el Sr. Suazo.

El historiador utilizó, parte del contenido de la nota y de lo escuchado de viva voz, en diversos trabajos en los que dio a conocer las narraciones del Coronel:

Batalla de las Galanas: el 24 de mayo, salimos la División de Pontevedra para atacar a la francesa que ocupaba Santiago. En la carretera de la Esclavitud tenían los enemigos una fuerte avanzada de Caballería, que la nuestra hizo huir causándole alguna perdida. Antes del Faramello observamos dos batallones franceses de gran gala, en posición en las alturas colaterales de la carretera, que abrieron fuego ante el despliegue de una de nuestras guerrillas, contestando nuestra artillería contra los dos batallones, que a su vez repelieron con un fuego muy nutrido que causó la muerte de un joven teniente. De resultas de lo cual el General ordenó que atacásemos a la bayoneta, con lo cual obligamos a los franceses a retirarse a Santiago.

Una vez en la ciudad del Apóstol nuestro relator y protagonista, al frente de la sección que mandaba, desalojó a los franceses de la Puerta Faxeira, de la cuesta de S. Paio y la plaza del Pan, en donde apresando a un sargento enemigo le salvó de la muerte, pues unas panaderas lo querían matar, después de herir al francés con los garfios de hierro de unas pesas.

Más tarde, al toque general de llamada formaron las tropas, yendo a acuartelarse a conventos y casas particulares, mientras eran vitoreados por la población.

Estuvimos en Santiago hasta la víspera del Corpus, en que sabedor el General al mando de nuestra División que el Mariscal Ney venía a atacarnos con 9.000 hombres de todas las armas, dispuso, a las doce de la noche y diluviando, la retirada a Padrón donde llegamos al amanecer. Después de tomar algún alimento continuamos por Caldas hasta Pontevedra, cuyo puente se cortó tan oportunamente que a la media hora el enemigo ya hacía fuego de batería.

Para comprender -explicó el militar- la rapidez con que el enemigo nos perseguía, basta decir que al pasar cerca del monasterio de Lérez fui a almorzar con mi tío Fr. José Durán y apenas había terminado, ya asomaba por la carretera la caballería enemiga. Me incorporé a los míos y llegué tan a tiempo que los nuestros cortaban el puente con carros y troncos de árboles. No se dirá que el invasor se mostraba perezoso.

La defensa de Ponte Sampaio: es correlativa con la batalla de Santiago, puede decirse que fue su complemento. El 25 de mayo fue el ataque de Santiago y entre éste y el encuentro de Ponte Sampaio no pasaron muchos días. Ney dio descanso a sus tropas en Pontevedra, partiendo el día 6 en dirección a Portugal, ignorando tal vez que los nuestros los esperaban en Ponte Sampaio, en que las agrestes y ásperas alturas ofrecían mayor defensa. Corre el río bajo los arcos del puente por una cortadura alta y estrecha que facilitaba la protección mediante unas trincheras allí abiertas.

Mandaba nuestras tropas el General La Carrera que acababa de organizar la denominada División del Miño. La componían algunos batallones regulares pero su principal núcleo lo formaban los Regimientos de Morrazo, Lobera, La Muerte y Monforte, constituidos con los conscriptos del país, reclutados por el Ejército, y los voluntarios, en general sin uniforme, sólo lucían un distintivo verde en el cuello de la chaqueta que el soldado traía al incorporarse a filas.

Las fuerzas que defendían el paso no llegaban a un contingente de 7.000 hombres, a los que acompañaban 3.000 más que no tenían armas pero los auxiliaban en las operaciones. De artillería contaban con dos morteros emplazados allí anteriormente y nueve piezas de campaña, junto con unas lanchas cañoneras para hostilizar al enemigo, con el fin de impedir que vadeara las aguas.

El Mariscal Ney inició el combate al frente de 12.000 hombres, entre los cuales había cinco escuadrones de caballería y la suficiente artillería, lo que le daba la seguridad de que la jornada sería breve y gloriosa para los suyos.

Ponte Sampaio: dibujo de Ramos Artal en La Ilustración Gallega y Asturiana -1879-

Al llegar al puente Ney comprendió bien las dificultades con que debía luchar, aunque su bravura no le permitió medirlas en todo su alcance, se fió de su valor y tomó las posiciones que creyó convenientes, poniendo toda su actividad y diligencia. Sin haber amanecido el día 7, intentó con la caballería vadear el río, sostenido por el fuego de las baterías. Fue rechazado, volvió al ataque, inútil intento, pues tuvo que volver grupas. Intentó más tarde renovar el avance, un fuego vivísimo se lo impedía. Intentó atravesar el río media legua más arriba del lugar en que se daba la batalla, el fuego de nuestra artillería detuvo nuevamente a los franceses.

Puso la noche fin al ataque y al día siguiente, sin esperar a que amaneciese, ayudados por una densa niebla y la soledad de los lugares, el General francés, empeñado en atravesar el río, envió a Ponte Caldelas un escuadrón de caballería con un batallón de infantería que llegó al amanecer. Allí estaba el Coronel La Cuadra que había previsto el lance. Por tres veces fueron rechazados los militares franceses, tras otros tantos intentos de encontrar la única vía que le quedaba al invasor. Ante esta situación adversa se vio Ney obligado a retirarse, habiendo sufrido más de 600 bajas al terminar el fuego el día 8.

Abatido y humillado el Mariscal Ney, marcharon los franceses hacia Pontevedra, vencidos por tropas bisoñas, inferiores en número y mandadas por generales sin nombre. De Pontevedra, pasaron a Santiago, de esta ciudad a La Coruña, y de aquí a Lugo. Cuando traspasaron los límites de Galicia, seis meses habían transcurrido desde su entrada hasta la evacuación definitiva, exceptuando de esta a los miles de soldados franceses que exhalaron su último suspiro en tierras gallegas. No había sido un numeroso ejército el que se había opuesto al invasor, ni gloriosos generales los que habían dado la victoria a los gallegos, fueron los aldeanos los que abandonando sus casas y campos lo expulsaron, pagando también un alto precio en vidas y destrucción.

Guerrillero gallego

Los gallegos, añade Murguía, no se limitaron a la defensa de su territorio sino que convertidos en soldados veteranos alcanzaron de un general extranjero el mayor elogio que se rindió a ejército alguno, presentándolo como ejemplo de guerreros del mundo civilizado. Se refiere Murguía a las alabanzas pronunciadas por el General Wellington, desde su cuartel de Lesaka -Navarra-, en razón de la eficaz y valerosa intervención del Cuarto Ejército, el Ejército Gallego, en la Batalla de San Marcial, el 31 de agosto de 1813, que permitió la liberación del País Vasco y la marcha de los “franchutes” del territorio español.

Para Murguía resultó ilustrador y agradable, según el mismo manifestó, oír los animados relatos del viejo militar, especialmente cuando se refería a episodios y combates en los que el destino le llevó a intervenir. Por su parte el anciano mostraba un sencillo agradecimiento por la atención con que era escuchado, dando a entender que la curiosidad de D. Manuel le hacía revivir en sus recuerdos, al confiarlos a quien mostraba serles tan interesantes.

D. Jacobo terminaría sus días en Caldas y en la villa recibió sepultura.

Fuentes: Manuel Murguía en el Boletín de la Real Academia Galega y en “La TEMPORADA en Mondariz”