“Los Tres Mosqueteros”, de Alejandro Dumas, condenados a la hoguera

No imaginaba el sacerdote caldense Manuel Pardeiro Piñeiro la divulgación que iba a tener el hecho de que, un frío día del mes de enero de 1930, arrebatase de las manos de un joven de la villa la obra de Alejandro Dumas “Los Tres Mosqueteros” y la quemara al pie de la iglesia de Santo Tomás.

El piadoso don Manuel había actuado en el convencimiento de que el libro en cuestión era uno de aquellos de los que la juventud católica debía abstenerse, por tratarse de una lectura mala o peligrosa de las que corroe el alma. Pensaba que los jóvenes debían ocuparse con libros que alimenten y conforten el espíritu, en la constante lucha que todo cristiano debe tener contra los enemigos de la salvación.

A finales del siglo XIX y en las primeras décadas del XX en muchas poblaciones, conforme a las Encíclicas del Papa León XIII, se constituyeron sociedades o asociaciones cuyo objeto era recomendar “las buenas lecturas” para hacer frente a los perniciosos efectos de lo que la Iglesia Católica consideraba libros y periódicos impíos y sectarios.

Resulta que la obra pasto de las llamas en Caldas era un libro que el farmacéutico Adolfo M. Mosquera Ande, Jefe de Tropa de los Exploradores Caldenses, había prestado para su lectura a uno de los jóvenes integrantes de la organización de Boy-Scouts.

El Sr. Mosquera indignado por la actuación del coadjutor de Santo Tomás denunció en el periódico vigués “El Pueblo Gallego” el auto de fe celebrado por el presbítero en las escaleras del templo parroquial, agregando que ya en otras ocasiones el religioso había dado muestras de intransigencia anatematizando diversos libros y periódicos.

La denuncia del farmacéutico tuvo eco en la prensa nacional, más de lo que se podía esperar de un suceso que en principio solo parecía tener interés y trascendencia local, por lo que de acuerdo con esta consideración lo lógico hubiera sido que el incidente se comentara, durante unos días, en las tabernas, casas particulares y tertulias de los balnearios de la villa y finalizara en esos foros la emisión de apreciaciones sobre el asunto. No fue así, el tema rebasó el ámbito del pueblo.

El conocido y destacado ilustrador Luis Bagaria, en el periódico editado en Madrid “El Sol” dedicó un dibujo al que terminó siendo célebre cura de Caldas de Reis, representándolo por un ave de rapiña, de pico monstruoso y largas garras, poniendo por título a la caricatura “Cosas de nuestro tiempo” y por motivo las siguientes líneas “Un sacerdote de un pueblo de Galicia arrebató de manos de un joven una obra de Dumas e hizo un auto de fe delante de la iglesia”. Al pie del dibujo escribió “Ya que baja la peseta, por lo menos que no bajen las buenas costumbres”.

En el periódico madrileño citado el periodista Félix Lorenzo, con el seudónimo Heliófilo, redactó un artículo en el que se ocupó del que calificó como travieso cura de Caldas, en el que afirmó:

“Ese cura que hace pocos días castigó a un muchacho porque estaba leyendo “Los Tres Mosqueteros” no solo mostró una intransigencia exagerada sino un completo desconocimiento de las disposiciones de la Iglesia, porque precisamente una de las últimas novedades eclesiales es la supresión de las condenaciones y prohibiciones que pesaban sobre las obras de Dumas, padre e hijo. La Iglesia autoriza ya a sus fieles para leer lo mismo los Tres Mosqueteros que la Dama de las Camelias”.

Y en el diario “El Pueblo Gallego” se escribió unos días más tarde “La información proporcionada por Heliófilo debía haberla difundido la prensa que se llama católica … pero resulta que quien tiene que instruir a los curas es El Sol”. En el nuevo Índice -relación de libros que los católicos no estaban autorizados a leer- han sido absueltos unos autores y condenados otros que no lo estaban, esto ocurre siempre que se reedita. La Iglesia tiene pies de plomo, avanza con pasos cautelosos. Cerca de tres siglos tardó la Congregación del Índice en permitir las lecturas de Copérnico y Galileo. A fines del siglo XVIII todavía era pecado sostener que la tierra no estaba fija e inmóvil en el centro del universo …”.            

No sabemos si la repercusión pública y las críticas habidas por el modo de proceder del sacerdote caldense influyó en su posterior actividad pastoral, haciendo que se pusiera al día en cuanto a los libros realmente prohibidos por la Iglesia o al menos mitigando su celo y fogosidad contra las que consideraba lecturas que ofenden la religión y las buenas costumbres. Lo cierto es que continuó en el desempeño de su cargo de coadjutor de Santo Tomás aproximadamente un par de años más, hasta que, en mayo de 1932, a los 54 años, una afección gripal que padeció tuvo, inesperadamente, un desenlace funesto. Los funerales y el sepelio constituyeron imponentes manifestaciones de duelo, en las que figuraron personas de todas las clases sociales de la villa y parroquias limítrofes.

Iglesia de Santo Tomás