Aguas milagrosas

El polifacético empresario caldense Laureano Salgado, con motivo de la celebración de su 80 cumpleaños, expuso en Baiona un proyecto de explotación de unas aguas minero-medicinales situadas en el lugar de Coutada, parroquia de Vilaza, municipio de Gondomar (Pontevedra), de cuyo manantial era propietario.

Desde que llevó la electricidad al Val Miñor el empresario tenía fe ciega en las virtudes de esas aguas, ubicadas junto al Salto de Pego Negro. Decía que lo curaban siempre, ellas o su fe le devolvían la salud. Cuando esta se resentía mandaba a sus criados a buscar un garrafón del precioso líquido. Se lo llevaban en automóvil a su residencia de Caldas o Baiona,

El empresario encargó una Memoria Química sobre las aguas minero medicinales al Catedrático de Química y Decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Santiago D. Ruperto Lobo Gómez y una Memoria Clínica al Catedrático de la Facultad de Medicina de dicha Universidad D. Antonio Novo Campelo. Los informes que emitieron ambos científicos le sirvieron para corroborar la acción beneficiosa de dichas aguas para la curación de distintas enfermedades y su aptitud para ser embotelladas. Hasta entonces únicamente se habían empleado en bebida al pie del manantial.

Junto a la presa de Pego Negro, en las dos márgenes del rio Vilaza, están los manantiales de las aguas medicinales que Laureano Salgado creía el mejor remedio. Fotog. Solá -1924-

Lugar donde manan las aguas bicarbonatadas, ferroginosas, arsenicales y radioactivas

Empresarios, políticos, amigos de Salgado y numerosas personas de Val Miñor quisieron probar las aguas medicinales

Cuentan que los obreros portugueses que trabajaron en la construcción del salto de Pego Negro no querían beber de aquel agua, aunque se muriesen de sed, ¡porque les abría demasiado el apetito!, y su economía no les permitía satisfacerlo.

Se escribió en la revista “Vida Gallega” que don Laureano conservó el buen humor hasta el final de su vida, a pesar de que en poco tiempo su salud se deterioró, sufriendo varios ataques. En uno rodó al suelo por la calle. Cuando recobró el sentido lo llevaban en brazos a su casa. No obstante su estado, recordó el cuento de aquel boticario que hallándose en el piso alto de su casa encargó que no le dieran nada de lo que él vendía en la botica que estaba en el piso bajo y exclamó muy serio don Laureano.

-Levádeme a la cama, rapaciños. Pero oíde ¡de abaixo, nada!-

No le gustaban los medicamentos elaborados, lo único que Salgado aceptaba con agrado, en sus últimos años, eran las aguas de Pego Negro.

El empresario no tuvo tiempo o voluntad de acometer la inversión planificada, aunque estaba convencido que la idea de recoger, en botellas de transparentes cristales, el agua que manaba de las entrañas de las rocas del lugar de Coutada, sería un gran bien para la sociedad y un gran negocio. Su edad, un delicado estado de salud y su ya muy poco boyante situación financiera fueron seguramente las razones por las cuales el empresario, curtido en decenas de iniciativas, no llevó adelante su proyecto.

Laureano Salgado -“Vida Gallega

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