Antiguas Cererías

El profesor Xosé Filgueira Valverde se refirió a las cererías “Vamos a detenernos en el escaparate de la tienda de un cerero … Está próxima a la Catedral o a la iglesia principal, y guarda un aroma que componen verdín de claustro, miel, espliego y sarmientos quemados. En el escaparate, hay velas rizadas para la fiesta de las Candelas y para las primeras comuniones, y cirios para las ofrendas y raros exvotos, rostros vaciados de un modelo romano, figuras … ojos, pechos, brazos, manos y algún corazón con emblemas …. . Tras los vidrios, veis al cerero o a la cerera, que son las más. Tiene la palidez de los chocolateros, que también trabajan en oscuro, y como ellos los modales litúrgicos de quien sirve al “alto clero”. Si le habláis quizá os suelte algunos latines y muchas adivinanzas. Ni vosotros ni el que escribe estas páginas sabéis nada, por los libros, de su oficio, a lo más hallasteis, entre viejos documentos, un título de cerero a favor de un predecesor …”.

Tal como predijo don Xosé encontré en la casa familiar de la calle Real de Caldas, entre antiguos documentos, un título o carta de examen expedida por el Ayuntamiento de Betanzos, el 16 de marzo de 1802, a favor de Antonio Sánchez (quizá un pariente, que, si lo es, sería complejo localizar en el árbol genealógico). Le habilita para ejercer el oficio de cerero, después de que un Maestro Cerero y Examinador, nombrado al efecto, comprobase, con unas cuantas preguntas y repreguntas concernientes a dicho arte, que era hábil y suficiente para usar y ejercer dicho oficio, es decir trabajar la cera para fabricar cirios o velas. Se le autoriza al examinado a ejercer no solo en la ciudad o pueblo de su vecindad, sino también en todas las ciudades y villas del Reino de Galicia y fuera de él.

En las cartas de examen o títulos expedidos por los Concellos, además de la autorización para el desempeño del oficio correspondiente, se exhortaba, a todas las justicias, a fin de que se reconociese al interesado con aptitud y acción para abrir tienda o taller en cualquier parte que fuese.

Antiguas pragmáticas reales -leyes-, prevenían que ningún industrial pusiese tienda ni usase oficio, sin estar antes examinado. Siempre, al parecer, escribió el cronista y archivero municipal de Santiago de Compostela, Pablo Pérez Constanti, precedía propuesta de los respectivos gremios para la designación por el Concello de los examinadores, quienes antes de entrar en funciones, tenían que prestar juramento en forma.

Las llamadas cartas de examen que se requerían para el ejercicio de algún arte mecánico resultan curiosas y de mucha utilidad para el estudio de las antiguas costumbres.

Son muchas las cartas de examen que se pueden encontrar en los archivos relativas a los oficios de cerero, guarnicionero, sastre, pichelero, zapatero, cordonero, herrero, cerrajero, tejedor, cedacero, calderero, sombrerero, entallador, pasamanero, tonelero, armero, latonero, bordador, pastelero, etc. .

Durante mucho tiempo, estuvieron en observancia las disposiciones sobre las aludidas pruebas de aptitud para industriales y artesanos, hasta que cercana la mitad del siglo XIX, cambió la legislación y se declaró que todos podían ejercer libremente cualquier oficio o industria sin necesidad de examen, título o incorporación a los gremios respectivos, lo que fue una sentencia de muerte para la ya lánguida vida de las asociaciones gremiales.            

El oficio de cerero, al que hemos empezado refiriéndonos, tiene una larga tradición, se remonta a la antigüedad. Era una profesión corriente en todas las geografías, hasta que llegó la electricidad. Los cirios y las velas, que fabricaban estos artesanos, se utilizaban en castillos, palacios, templos, lugares de culto y en la generalidad de los hogares, alumbrando y proporcionando la luz necesaria para realizar los actos de la vida cotidiana.

Fabricación de velas de modo artesanal

Las velas y los cirios se hacían ordinariamente con la cera producida por las abejas, con la que estas hacen los panales en los que depositan la miel en las colmenas. Una vez extraída la miel el cerero fundía o derretía la cera en una caldera, la purificaba y la blanqueaba. Después obtenía los productos con moldes o por inmersión de las mechas, repetidamente, en la caldera con cera caliente, hasta que las velas tomaban el diámetro deseado.

A mediados del siglo XIX hubo en España un pleito muy notable que dio que hablar. Un industrial ofrecía velas de cera sumamente baratas porque las fabricaba con ácido palmítico, por cuyo motivo pudo darles el nombre de velas de cera vegetal. Al gremio de cereros no les gustó y le acusaron de mezclar con la cera, sebo y grasas de todos los géneros. El pleito fue ruidoso, el producto del industrial fue minuciosamente examinado, se oyó al clero, que se puso de parte de los cereros, y se falló en contra del industrial.

Históricamente la Iglesia ha sido uno de los grandes consumidores de cera, por lo cual habitualmente las cererías se sitúan en la cercanía de las iglesias. En las funciones del culto divino, estaba prescrito el empleo, únicamente, de velas y cirios de cera que fuera de abeja.

En 1901 el Arzobispo de Santiago -José María Martín de Herrera- quiso poner remedio a un mal que hacía tiempo se venía observando, el empleo en los cultos de materiales extraños a la cera de abeja, con lo cual, consideraba que no solo se faltaba a lo que prescriben las Sagradas Rúbricas (reglas de la Iglesia para los ritos y ceremonias), sino que se causaban daños de consideración en los altares, en los ornamentos y hasta en la salud de las personas.

El remedio al que recurrió la autoridad eclesiástica fue el de someter a todos los fabricantes de velas a obtener una patente de la pureza de la cera que venden para las iglesias, lo que se puso en general conocimiento mediante la emisión de la correspondiente Circular. La patente la había de expedir el Catedrático de Física y Química de la Universidad Pontificia de Santiago, el cual haría una lista con los que la obtengan, a efectos de su publicación en el Boletín Oficial del Arzobispado. Las velas fabricadas llevarían una contraseña o cifra para identificación de la procedencia y si se incurriera en alguna falsificación el infractor quedaría excluido de la lista. Una vez en vigor lo dispuesto en la Circular los curas y rectores de la iglesias de la jurisdicción compostelana no pudieron usar ni aceptar una cera que no fuera la de aquellos fabricantes que hayan obtenido la patente. En la Circular se recomendaba que el pábilo (mecha) de las velas fuera proporcionado al grueso de las mismas, que estuviera bien seco y no contuviese materias extrañas que produzcan humo o gases nocivos para la salud y que el precio de las velas no fuera exorbitante; agregando que no se consentiría el monopolio en la venta y que no se negaría la patente a los de fuera de la Diócesis.            

Ocasionalmente se cometían errores con los incluidos en la lista de los autorizados. En 1906, José Paz Vidal, propietario de una cerería con el nombre de “Sagrado Corazón de Jesús”, protestó airadamente en la prensa, en razón de los perjuicios causados por un escrito publicado en el B. O. del Arzobispado, en el que se decía que su cerería no se hallaba autorizada por la autoridad eclesiástica para expender a los fieles cera debidamente contrastada en la pureza de su elaboración, ignorando que el Sr. Paz Vidal figuraba, en fecha precedente, en dicho Boletín en la relación de inscritos que presentaron sus productos a la sanción eclesiástica, habiendo sido reconocida su cera como buena por la firma del Catedrático de Física y Química designado al efecto.

Cerería en Pontevedra -1903-

El oficio de cerero experimentó una gran decadencia a partir de la segunda mitad del siglo XIX con la llegada de la iluminación eléctrica y la sustitución de la cera por otros materiales más baratos. Las cosas, efectivamente, han ido cambiando. En la fabricación hoy día se usa principalmente la parafina (un derivado del petróleo) que ha ido sustituyendo paulatinamente a la cera, debido al alto coste de esta. En la mayoría de las iglesias no se usan las velas, se han sustituido por lamparitas que imitan su forma y resultan más cómodas y limpias. No sucede lo mismo con los cirios, la producción de estos no ha disminuido tanto, al contrario que la producción de exvotos (cabezas, piernas, etc.) que descendió de modo importante, aunque en Galicia se conserve la tradición, en algunos lugares, de llevarlos en las misas y procesiones para pedir o agradecer una curación.

En la actualidad el oficio de cerero está en riesgo de extinción. Quedan todavía algunas cererías que continúan con el procedimiento artesanal de elaboración de cera. La producción se ha tenido que adaptar a las necesidades del mercado, se centra principalmente en velas decorativas, aromáticas, figuras y productos diversos.

En Pontecesures, en la actualidad, se mantiene viva una cerería que trabaja de modo artesanal. Fundada hace más de cien años por José Diéguez, fue ya distinguida por su buen hacer en la Exposición Regional de Lugo de 1896.

Jarrones de la cerería caldense Viuda de Manuel Sesto

En Caldas regentaron una cerería, en las primeras décadas del siglo XX, la Viuda e hijos de Manuel Sesto y Serafín Tubio.

Carta de examen o título de Cerero expedido en 1802, hallado en un domicilio de la calle Real de Caldas de Reis

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